PUTA SOLIDARIDAD, (Historia de otros aliens)
Alguna vez estuve en roma en similares condiciones, (a las descritas en el post anterior) con fluidos extraños en mis pulmonesgargantanariz, y sudor frío. Me quedé todo un día en una infernal habitación que tenía la calefacción a full mientras en plena Plaza San Pedro, hacían 25 grados. Mi estado era tal que estuve todo un día sin fuerzas para levantarme y mi compañeros de habitación fueron tan indolentes como el doc de la posta.
Una de ellas estaba enojada y no me hablaba por que no le avalaba su tour de cleptómana en gira, y el otro que prefería hacerle favores gratis a extraños, buscando repuestos de motos, en vez de darme un vaso de agua con aspirina.
Al día siguiente de mi agonía tres estrellas, tenía que hacer el chek out a las 11, me vestí y como pude llegué al hall del hotel donde me eché en un sofá.
Me dolía la cabeza, tenía fiebre y estaba congestionada. Mi cara reflejaba mi estado pero era lo que menos me importaba, solo quería dormirme para no sentir los achaques, mientras pasaban frente mi, turistas de regiones remotas que me miraban con curiosidad. Al personal del hotel les inspiraba la cantidad de pena suficiente como para verme y hacer un puchero, pero insuficiente para preguntarme si necesitaba algo y creo que estuvieron a punto de arrojarme una manta encima, no para arroparme, si no para que no desentonara con el diseño italiano del lobby.
Cuando comencé a sentirme como ejemplar del zoológico frente a tanta mirada curiosa, abandoné el sofá y me animé a caminar un poco por las cercanías de la plaza San Pedro, por si se me pegaba algo de santidad y de paso se me quitaban los males. Caminé sin sentido por varias cuadras hasta que me vino un ataque de tos y logré depositar mi humanidad en una mampara de un negocio dónde vendían santitos en miniatura, rosarios y aves María de souvenir, justo en la esquina dónde se encuentra el espíritu santo con el hijo del jefe.
Ahí me senté y comencé a llorar, triste sola y literalmente abandonada. Quería estar en mi casa, que me cuidaran, pero estaba tan lejos. Lloré con ganas, y pasaban religiosos y religiosas de las más variadas ramas del catolicismo, que con su caridad cristiana y en todas las lenguas me preguntaban que me pasaba. Cómo les explicaba que me sentía olvidada por todos, enferma y que quería estar en el fin del mundo, en mi cama con alguien que me hiciera algún arrumaco y que me diera un vaso de agua. Eran demasiado profundas mis añoranzas para explicarle a alguien en cualquier idioma, así que ante tanta pregunta solo respondía algo universalmente reconocible: “FARINGITIS” mientras cual niña de 5 años indicaba con el dedo y mostraba mi garganta. Luego monjas y curas me palmoteaban el lomo como a un quiltro y se iban. Ni un puto cura fue capaz de comprarme una botella de agua, ni pasarme un pañuelo para limpiarme los mocos.
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